Pues eso, que prácticamente ya está aquí la navidad.
Oficialmente para mí, el sentimiento navideño empieza el fin de semana en el que elaboramos los dulces de navidad. Y este año, concretamente, dicho acontecimiento ocurrió este sábado.
Es un día intenso. Desde por la mañana temprano, hasta la noche, sin parar de amasar distintos manjares, y sacar llandas y más llandas del horno de leña de mis padres.
Reconozco que somos un poco salvajes, porque hacemos dulces en cantidades industriales. Así estoy hoy, hechica polvo. Tengo agujetas en los brazos, incluso en los abdominales, todo por culpa de los mantecaos (qué jodíos). Pero bueno, lo hacemos con gusto y sobre todo, porque luego vamos llevando degustaciones a todo el mundo. Sobre todo los disfrutan la familia, pero también amigos y compañeros de trabajo. Aviso a estos últimos, que los llevo el día de la lotería, ¡lo prometo!
Para mí, este año, el verdadero milagro de la navidad ha sido, que creo que por primera vez desde que seguimos esta tradición, hemos conseguido no pelearnos en la cocina!!!
Es que imaginaos la estampa, cuatro personas en la cocina, que no es muy grande, y dando todos su opinión sobre si la mezcla está muy compacta o no, sobre si hay que echar la manteca primero o lo último, que si estás haciendo los cordiales muy pequeños, que si necesito una llanda ya y vais muy lentas......., vamos que no nos aburrimos.
Pero este año no sé qué ha pasado exactamente, que nos lo hemos tomado con calma y nos hemos reído más que otra cosa.
Por cierto, ya veis que hablo en plural, y es que los artífices de estos manjares han sido mis padres Paco y Lucía, mi hermana Inma y yo, of course.